Probablemente el título ya los tendrá situados en el límite entre el amago y la tragedia, y estoy casi segura de que muchos de ustedes pensarán que tengo suerte de loco o que mi ángel guardián necesita sobresueldo...
Todo comenzó cuando mi amigo Jesús, despues de pedirme que le acompañara ese domingo a hacerle una visita de agradecimiento al Socio Mayor, -socio que compartimos-, me invitó a conocer los predios que lo vieron nacer y crecer en esta adorable e impredecible Caracas.
Fascinada por sus relatos del recuerdo, pude escuchar y ver las aguas cristalinas de la Quebrada de Chacaito, donde tantas veces se bañó y bordeando sus laderas subió al Ávila, atravesé el tupido Bosque de la Mansión Sans Souci, supe de dónde salieron los árboles sembrados en el Parque de Los Caobos y conocí cómo fue surgiendo cada edificio ante los ojos atónitos de una tropa caimanera que poco a poco fue despidiéndose del aire puro, los mangos bajitos, el olor a tierra mojada y la brisa con olor a flores.
Más tarde, nos atraparon unos deliciosos calamares rebosados al mejor estilo español, escanciados con la mejor cerveza del mundo y servidos por el mesonero clásico de tasca conocida y familiar. Un personaje alegre, amable y dicharachero que quieras o no, llueva o no, haya o no lo que te apetece comer o tomar, termina por captar tu simpatía y por hacerte sentir "en familia".
Luego nos llegó la hora del retorno. Caminábamos conversando y riendo. Suave, deliciosamente acompasada por sus vívidos relatos, al desembocar de una callecita que no conocía, me encontré pasadas las diez de la noche transitando por la Avenida Abraham Lincoln, que yo recordaba ya vagamente como La Calle Real o Boulevard de Sabana Grande, en ese momento solitaria, oscura y de un silencio que rebanaba el viento... ¡Jesús!, dije de manera inconciente, elevando la vista a donde pude ver sorprendida un viejo helipuerto iluminado, que ni siquiera hubiera imaginado allí en aquella Sabana Grande diurna de hace veinte años, ya que nunca pude mirar hacia arriba por estar cuidando a mis hijos, que si yo llegaba a pestañear se entreveraban en la multitud, caminando confiados y felices.
Bueno... Jesús iba a mi lado - ¡No había de otra!- transparente, noble, solidario, karateca cinta negra, jugador de rugby, campeón de dardos, 1.86 de estatura y mi amigo de años... -¡Confianza, Cecilia!- ..."Disfrútalo,amiga. Te digo que es diferente, que puedes apreciar matices insospechados... Además, recuerda que vas conmigo".
Y seguimos. Él no cesaba de hablar plácido y seguro y yo quería escucharle, pero cada uno de mis sentidos era una lupa, una antena de alta frecuencia orientada hacia el lado contrario, donde descubría uno que otro ser de la noche en las esquinas, una pareja en aquel rincón cómplice, dos, tres vehículos policías de aquí para allá, algún depredador de otro que dormía en las sombras bajo un gran cartón, alguna que otra fuente de soda abierta al público del sector, el agitado tránsito de bulliciosas figuras por el "Callejón de la Puñalada", que me traían a Toulouse Lautrec y Van Gogh perfectamente entremezclados..., el reloj de la Torre La Previsora dando las 10:56 y nosotros, ahora de regreso por la misma vía como si se tratara de Les Champs-Elysées y no nos hubiera bastado la primera exploración...
Pues bien, contra todo pronóstico, el regreso - como todo regreso- fue más seguro, más ágil y con mejor consciencia de lo que estaba viviendo gracias a la cálida compáñía de mi audaz y convincente cicerone: una grata sorpresa, una sensación extraña de incredulidad y reencuentro que había dado por descontado después de haber practicado siempre turismo de alto riesgo en el sector y de no haber podido conocer nunca otro avance de la noche en aquellos predios que no fuera el mostrado en las páginas rojas...
Bueno... Jesús iba a mi lado - ¡No había de otra!- transparente, noble, solidario, karateca cinta negra, jugador de rugby, campeón de dardos, 1.86 de estatura y mi amigo de años... -¡Confianza, Cecilia!- ..."Disfrútalo,amiga. Te digo que es diferente, que puedes apreciar matices insospechados... Además, recuerda que vas conmigo".
Y seguimos. Él no cesaba de hablar plácido y seguro y yo quería escucharle, pero cada uno de mis sentidos era una lupa, una antena de alta frecuencia orientada hacia el lado contrario, donde descubría uno que otro ser de la noche en las esquinas, una pareja en aquel rincón cómplice, dos, tres vehículos policías de aquí para allá, algún depredador de otro que dormía en las sombras bajo un gran cartón, alguna que otra fuente de soda abierta al público del sector, el agitado tránsito de bulliciosas figuras por el "Callejón de la Puñalada", que me traían a Toulouse Lautrec y Van Gogh perfectamente entremezclados..., el reloj de la Torre La Previsora dando las 10:56 y nosotros, ahora de regreso por la misma vía como si se tratara de Les Champs-Elysées y no nos hubiera bastado la primera exploración...
Pues bien, contra todo pronóstico, el regreso - como todo regreso- fue más seguro, más ágil y con mejor consciencia de lo que estaba viviendo gracias a la cálida compáñía de mi audaz y convincente cicerone: una grata sorpresa, una sensación extraña de incredulidad y reencuentro que había dado por descontado después de haber practicado siempre turismo de alto riesgo en el sector y de no haber podido conocer nunca otro avance de la noche en aquellos predios que no fuera el mostrado en las páginas rojas...
Aunque la adrenalina me castigó al día siguiente, debo decir que esa noche fue realmente un sueño revivir el placer de pasear y conversar en mi querida Caracas bajo la luz de la luna, por la Calle Real de Sabana Grande, de regreso del miedo... aún extrañando la romántica luz de los faroles y las jardineras florecidas. ¡Ojalá mejore y permanezca más allá del próximo 15 de enero!
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Ilustraciones: Fotos antiguas de Ernesto León
Pinturas de Henry Toulouse Lautrec y Vincent Van Gogh
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