
Todo comenzó cuando mi amigo Jesús, despues de pedirme que le acompañara ese domingo a hacerle una visita de agradecimiento al Socio Mayor, -socio que compartimos-, me invitó a conocer los predios que lo vieron nacer y crecer en esta adorable e impredecible Caracas.
Fascinada por sus relatos del recuerdo, pude escuchar y ver las aguas cristalinas de la Quebrada de Chacaito, donde tantas veces se bañó y bordeando sus laderas subió al Ávila, atravesé el tupido Bosque de la Mansión Sans Souci, supe de dónde salieron los árboles sembrados en el Parque de Los Caobos y conocí cómo fue surgiendo cada edificio ante los ojos atónitos de una tropa caimanera que poco a poco fue despidiéndose del aire puro, los mangos bajitos, el olor a tierra mojada y la brisa con olor a flores.



Y seguimos. Él no cesaba de hablar plácido y seguro y yo quería escucharle, pero cada uno de mis sentidos era una lupa, una antena de alta frecuencia orientada hacia el lado contrario, donde descubría uno que otro ser de la noche en las esquinas, una pareja en aquel rincón cómplice, dos, tres vehículos policías de aquí para allá, algún depredador de otro que dormía en las sombras bajo un gran cartón, alguna que otra fuente de soda abierta al público del sector, el agitado tránsito de bulliciosas figuras por el "Callejón de la Puñalada", que me traían a Toulouse Lautrec y Van Gogh perfectamente entremezclados..., el reloj de la Torre La Previsora dando las 10:56 y nosotros, ahora de regreso por la misma vía como si se tratara de Les Champs-Elysées y no nos hubiera bastado la primera exploración...


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Ilustraciones: Fotos antiguas de Ernesto León
Pinturas de Henry Toulouse Lautrec y Vincent Van Gogh
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