Video: No llores - Gloria Estefan
Una terminación de pareja es algo muy similar a Hiroshima después del estallido. El sentimiento literalmente se engulle todas nuestras costumbres cotidianas. Las agendas de trabajo, de aeróbicos y de estudios no se vuelven a actualizar en la etapa del duelo. Y ni qué decir del compartir con familiares y amistades... ¡si hasta la mascota empieza a famelizarse! Son momentos de confusión, de recordación, de maldiciones y de golpes de pecho. Momentos en que el basurero deja de recibir toallitas desmaquillantes y restos del papel reciclado en donde se solía hacer cuentas, notas y listas de regalitos para el bienamado y cercanos, y pasa a llenarse con servilletas empapadas en los fluidos de cada agujero de la cara y con fotos desmenuzadas...
Hay muchísimas formas de reaccionar o de transar con el dolor del rompimiento, tantas como hombres y mujeres despechados. Pero destacan cuatro que a cada uno de nosotros le sonará familiar de alguna manera: la del puñal (depresión rastrera); la del "no acepto" (sublimación compulsiva); la del "yo lo mato" (manía voraz) y la de "un clavo saca otro clavo" (casualidad repetitiva). A grandes rasgos, procuraré describir expresiones de cada una de ellas y aunque se leerán en femenino, quizás porque nosotras hacemos más ruido que ellos, la gran mayoría pueden ser calificadas de hermafroditas...
En la primera modalidad, la de la depresión rastrera, las dolientes se entregan a la autoflagelación auditiva con todas las canciones que se enviaron, y amanecen intentando comunicarse por enésima vez con un teléfono que de manera considerada o por cansancio, ha sido desenchufado, apagado, suspendido o finalmente cambiado. La inercia deviene en comilonas pegajosas de grasa y caramelo, a deshora, debajo de las cobijas y frente a la TV. Se agotan en todas las panaderías de los alrededores los chocolates y las papas fritas, que luego se engullen entre berrinche y berrinche, acompañadas por un vaso de cualquier cosa que siempre termina teniendo la temperatura ambiente mientras que el DVD se recalienta repasando por enésima vez "la peli que vimos juntos tantas veces". Por supuesto, las amigas terminan por aprenderse de memoria todos los capítulos de la historia, ampliados hasta la más recóndita intimidad que, ni más faltaba, sale a relucir en cada uno de los recontrareleídos mails intercambiados. Los actores principales de esta primera modalidad no son él y ella. No señor. Son el interminable llanto y los mocos que bien pueden deberse igual a que se acabó la pasta de dientes, al extravío de las llaves, al novio de la mejor amiga, que se le ocurre llamarle "Bebé" con la misma entonación, o a la pareja vecina que por mala suerte se le dio por despedirse con un beso en las mismas narices de la víctima.
Pasemos ahora a la segunda modalidad, la del "no acepto". Estos especimenes, negándose el duelo, empiezan a provocarse un alzeimer precoz y son presa de bulimia emocional haciendo lo indecible para borrar del Universo cualquier manifestación que huela al innombrable. En ese ejercicio se fabrican su propio mundo del revés: cambian el timbre del celular para evitar la sensación de "es él"; lo bloquean o eliminan en el messenger; vuelan de la bandeja de entrada todos sus correos; dejan de ser "mi catirita bella" y piden al estilista " ese negro azul morticia" y comienzan un curso intensivo de Esperanto combinado con yoga. Se someten a dietas inmisericordes y acuden frenéticas a hacer maquinitas para rebajar las carnitas que tanto le motivaban; de la falda hindú se mudan definitivamente al jean, o viceversa; si el ex era magrito, empiezan a picarle el ojo a aquel simpático compañero de estudios o de oficina que todos se empeñan injustamente en llamar "el gordito"; si el susodicho era psicólogo, le dicen a toda sus pacientes que conocen a una tarotista o consejera espiritual buenísima, y si sólo les gustaban las reuniones íntimas y familiares, de esas donde se guitarrea cantando a placer y en confianza musiquita de aire romántico o de contenido, de repente comienzan a repartir popularidad en todas las mega-rumbas de la ciudad y se hacen expertas en regeattón.
La tercera, la maniaca voraz, opta por la vía agresiva. Se las ingenia para procurar compulsivamente la omnipresencia tanto de ella como de la relación definitivamente escapachada. Ellas dedican toda su energía para aparecerse "por causalidad" tanto en el messenger como en todos los sitios donde sospechan que el ex pueda poner el pie. Con ellas no se salva ningún miembro de la ex-familia: mamá, hermanas, tíos, abuelos, bisabuelos, nietos y hasta el gato, a todos les toca un poquito de queja y llanto acompañado del indefectible "como los extraño...", mejor si personalmente, bañada en el perfume de marras y luciendo el último regalito de la víctima, que ha sido condenado al ostracismo amoroso hasta que el estrés haga presa del chicle y le pasme la perseguidera. En la etapa violenta estos especimenes van desde el intento de hackeo a todos los correos y estados de cuenta del celular y la tarjeta de crédito, hasta procurarse un accidente o virus incontrolable para despertarle temporalmente el buen samaritano que todos llevamos dentro, pasando por convertirse en la sombra de cualquier prospecto que parezca sospechoso para el futuro afectivo del pobre cristiano.
Finalmente tenemos la engañosa, nada eficaz y menos honesta de las modalidades. Todos nos podemos confesar en mayor o menor grado culpables de haber caído alguna vez en el aparentemente inocente "un clavo saca otro clavo", que no es tal... porque la fijación del clavo anterior nunca le permitirá dar en el clavo al siempre penúltimo clavo. En esta engañosa treta inconsciente, que a duras penas logra distraer la atención del practicante, sucede que el otro clavo siempre resulta una copia al calco... "Casualmente" -es la explicación para familiares y amigos, que nunca se lo van a creer- surge el milagro del clon. El nuevo clavo (este cristiano jamás se graduará de nuevo amor) tiene como mínimo el mismo color político y anatómico, la misma nariz espantosa, le gusta la misma música, tiene un perro parecido, o por lo menos le gusta sacar a pasear el de ella como lo hacía el clavo anterior, y en ocasiones llevadas al extremo patológico puede hasta tener el mismo nombre, vaya usted a saber si encontrado "casualmente" en uno de los tantos buscadores de pareja por la Internet...
Todos podemos admitir que hemos pasado alguna vez por una de estas etapas, fraccionadas o completas. Es perfectamente humano y, por ende, aceptable que la intensidad del despecho nos haga presa de la locura mientras todo pasa -porque siempre pasa para que surja la estabilidad y el buen recuerdo de la experiencia- y nos recuperamos para volver a empezar... Lo que viene a importar aquí es tomar conciencia de la eficacia de cada acción o inacción y el tiempo, factor determinante bajo cualquier modalidad, incluida la del más costoso terapista cuando lo demás falla y el asunto empieza a tornarse morado obispo...
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