El enamoramiento es una etapa deliciosa, común, merecida y conocida por todo mortal (que se cree inmortal bajo su influencia), signada por un entusiasmo que apela a los excesos, donde todas las manifestaciones se transforman en visiones sobrenaturales y donde los defectos son también 'visiones' que se barren debajo de la alfombra...
Durante su proceso los médicos no se explican cómo aquel cristiano antes rayano en la hipocondría, aquejado periódicamente de astenia, gripe, amigdalitis, pulmones, corazón o tensión arterial, a quién se le recomendaron urgentes ejercicios de relajación y respiración profunda, deja de pisar el consultorio aunque ahora sólo jadea y no utiliza la nariz más que para olfatear el aroma del deseo (léase feromonas...).
Y es que no lo ha entendido nunca nadie, ni los médicos con todos sus años de estudio al respecto: se ha comprobado que durante el enamoramiento se produce un 'alzamiento' de las hormonas propias y comunes como la adrenalina, y de ciertas sustancias como las endorfinas, las dopaminas y todas las demás 'inas' conocidas y por conocer, traduciéndose en una poderosa voluntad de ser y de hacer... cualquier cosa que conduzca al sujeto de la pasión. ¿Será por eso que algunos se empeñan en llamarle 'química' a esta realidad mágica de absoluta inconciencia e inconsistencia? Lo que sea y como se llame, este poderoso estado volitivo trasciende inexplicablemente el tiempo, espacio, principios, capacidades y nos convierte en héroes de nuestra propia novela o batalla ...mientras dura.
Es cierto que esta maravillosa transformación de nuestra humanidad, encuéntrese ésta en el estado en que se encuentre cuando es asaltada por la inefable sensación, nunca se planifica ni se adquiere a crédito; llega de golpe y porrazo y casi siempre se marcha igual o, cuando peor, simplemente cambiando la preposición: a golpe y porrazo... dejando siempre deudas impagables e innombrables... Y si no, dígalo ahí aquel que tenga la prueba en contrario.
Todo lo anterior bien diferenciado del proceso que se da cuando experimentamos (¿o logramos?) la llegada y permanencia del amor. Pero este es tema para la próxima.
A manera de adelanto, no es menos cierto lo difícil que resulta, cuando no improbable, pasar del enamoramiento al amor, pues interfieren el compromiso; diferentes puntos de vista acerca de la individualidad, la paternidad, la crianza de los hijos; las deudas hipotecarias y otras obligaciones; las pequeñas viejas costumbres; la rutina; el cansancio producido por la indefectible cotidianidad que termina imponiéndose aún en época de vacas gordas, (para no hablar de lo que pueden causar las vacas estilizadas...); las infidelidades 'veniales' y un largo rosario de etcéteras que sólo conocen y han dominado los tenaces valientes que logran trascender la primera etapa...
Comentarios