La semana pasada, después de 25 años de no saber absolutamente nada de él, pude reconocer... la nariz de un gran amigo, compañero de estudios, de planes, de juventud, de sueños, de años. Sí, como en aquellos espacios universitarios, volví a ver que un cuerpo pegado a una nariz cruzaba la calle. Por descarte lo saqué: sólo podía ser Cyrano de Bergerac o mi amigo Gustavo... ¡Y como no era Cyrano, pues era Gustavo!
Casi sin darle crédito a mis ojos, lo miré y le sonreí feliz y francamente como entonces. (Por ahí estaba mi distintivo en aquella época, pero los odontólogos hicieron lo suyo y yo no lo tuve en cuenta). Su cara no se inmutó y el semáforo cambió; había que pasar la avenida. Decidida y dispuesta lo seguí muy de cerca y casi pegada a él pronuncié su frase preferida: "Se puede lo que se hace". Se volteó en plena mitad de la vía, su cara se transformó, sus ojos empezaron a brillar sospechosamente como los míos... y casi gritó mi sobrenombre de entonces con esa voz bronca que me resultó perfectamente familiar. Ya no pude pronunciar palabra... ¡El abrazo no se hizo esperar!
En nuestro grupo nadie estudió por deporte; todos lo hicimos en difíciles circunstancias personales de una u otra índole, que también todos supimos superar. Gustavo era el caso especial. Muchas, muchísimas veces pensamos que no volvería después de cada dificultad, pues nos poníamos en su lugar y nos sentíamos incapaces de solventarlas... Eran golpes, a cual más extremo, que no vale la pena enumerar o detallar ahora. Uno de estos insalvables para nosotros, que no para él, le creó una afección que le impedía mantenerse en una sola posición por más de 15 minutos, de pie, sentado o acostado. Pero Gustavo siempre regresó... Y no sólo regresaba él, sino que nos hacía re-regresar a nosotros, pues teníamos que ponerlo al día para que reparara sus retrasos, a los que los profesores también terminaron acostumbrándose. Debo decir que estos re-regresos a los apuntes hicieron que finalmente las premisas fundamentales se nos grabaran para siempre, haciéndonos excelentes profesionales. ¡Gracias Tavo!
Por una de aquellas circunstancias personales dejé de ver a Gustavo antes de concluir definitivamente los estudios. Así que cuando me lo encontré la semana pasada temí mucho que después de tantos y tantos impasses no hubiera culminado con éxito sus esfuerzos y, peor aún, que sus sueños se hubieran truncado. ¡Que sorpresa recibí! ¡Qué regalo me guardó la vida durante de 25 años! Mi tenaz y capaz amigo no sólo terminó Psicología, sino que inició una segunda carrera que igual terminó con éxito, y ganándole la partida a una de sus más largas y dolorosas batallas, hace dos años "andan/donó" la silla de ruedas... Además, no satisfecho con todo lo anterior, junto a su esposa Laura, escritora muy apreciada internacionalmente y mejor ser humano, cada año se hace cargo de diez estudiantes universitarios que, como él en ese entonces, no han llevado las mejores consigo...
Reímos y lloramos juntos recordando aquellos años de aprendizaje integral -¡Qué de alegrías y avatares!-, nos contamos las peripecias mutuas del interín y nos juramos ya nunca más perdernos la pista. Fue gratísimo, amigo querido, re-re-regresar al encontrarte hoy, pero lo re-mejor fue verte tan feliz dando a otros las facilidades que la vida te dificultaba. ¡Bravo Tavo!, tienes razón: ¡Se puede lo que se hace!
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