Barranquilla es una ciudad colombiana de calles anchas, de andenes limpios y amplios bordeados de grama delicada, arbustos florecidos y árboles donde el sol derrocha clorofila todo el año; la han llamado desde siempre "Curramba la bella".
Mamá decía que a mediodía en esos andenes se puede freír un huevo en un segundo. Debe ser por eso que la hora más esperada se sitúa entre las cuatro y las cinco de la tarde, cuando la mayoría de los barranquilleros empiezan a salir al porche, a la tienda, a la diligencia, a los parques, rescatando de la soporosa canícula el espíritu de esa bullanguera cepa tropical. Una "bola de trapo" llega veloz de no se dónde hasta la portería misma de... tu nariz y un ingenioso piropo te convierte en sonrisa la molestia. ¡Cuánto placer me trae recordar ese ambiente de frescura que se vive al bajar el sol en las tardes curramberas! Es realmente delicioso ver cómo aparecen una a una las señoras, manguera en mano, regando sus jardines, mientras los jazmines aroman agradecidos y la brisa se encarga de llevar su perfume por cuadras y cuadras.
Fue una de esas tardes, yo tenía cinco años, cuando vi por primera vez la estampa mágica que aún logra encresparme el ala y aguarme la boca... Venía cantando "¡Alegría... alegría con coco y anís!". De ébano brillante y húmedo la piel, vestida de ancho limpio y oloroso, se mecía con gracilidad de flor de caña al viento, brazos pendulantes y paso corto, suave, seguro, como un presagio de cumbia al ritmo de tambores ancestrales... Todo el conjunto rematado sobre su erguida cabeza por la palangana de aluminio repleta de máxima dulzura, equilibrada sobre un turbante generalmente blanco y enrollado en aro para amortiguar el peso.
Era una descendiente de la negritud primigenia de nuestro continente, traída desde el África a la costa caribeña colombiana por la cruz y la armadura, o por la cruz en la armadura, unidas por el mismo propósito... Heredera de la tenacidad y la altivez de sus ancestros salvados de la esclavitud, los pocos que quedaron después de construir las murallas de Cartagena de Indias, por un valiente que supo capotear y vencer en aquella época la carga del mismo gentilicio y de la misma profesión de fe de quienes inexplicablemente la consentían... Pedro Claver, un sacerdote a quien su gesta libertaria le ganó el título de Apóstol o Esclavo de los Negros, reivindicado luego con la santidad por parte de quienes otrora miraron de lado sus luchas. (Sin miedo a equivocarnos, el también reverendo Martin Luther King tuvo que tenerlo muy presente tres siglos después, al asumir la misma causa).
Pero volvamos a aquellas tardes frescas de "la arenosa" Barranquilla, cuando el canto primero y luego la cimbreante y rítmica figura me regalaron esta evocación de la palenquerita de las Alegrías; ese momento de mágica realidad colorida que me toca con la misma intensidad el espíritu y las glándulas salivales cada vez que me invade su recuerdo... "Alegríaaaa, alegría con coco y anís..."
Y cómo no reaccionar de esa manera si lo que nos traía siempre aquella brillante mujer de ébano eran unas irrepetibles bolitas compuestas de maíz pira o millo, cotufas o palomitas mínimas, mezcladas con pedacitos de coco confitado y amalgamadas con una espesa miel de caña, panela o papelón, perfumada con anís dulce... Definitivamente, sólo saboreándolas una tarde ventosa y fresca de aquellas luego de la larga (por ansiada) espera en el porche, podría entenderse por qué las llamaron "Alegrías"... Sí, alegría para el alma y para el paladar... Verdadera delicia cargada de leyendas, vivencia y sobrevivencia, gracia y fragancia, sabor y música, que todavía se tienen a la mano en esa ciudad amplia y hermosa como su gente...
"Alegríaaaa... Alegría con coco y anís... casera cómpreme a mí, que vengo del barrio Getzemaní... Alegríaaaa..."
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Saludos,
lucho