Ir al contenido principal

59. Gracias, querido Niño Dios



Gracias por tu mano, por tu generosidad. Gracias por este año que se va y que me permitió encontrarte permanentemente y crecer un poco más; gracias por permitirme la claridad, la esperanza, el ingenio y la fortaleza para seguir en la ruta de mi misma y de quienes me necesitan; gracias por mis dos hijos, porque te tienen, porque los veo crecer y porque todos los días se encuentran mejor a sí mismos; gracias por haberme mostrado otras facetas de la mujer y del amor; gracias por mis logros profesionales y personales; gracias por regalarme otro segundo domingo de mayo, otro 26 de julio, otras muchas fechas especiales y hoy...

No te niego que hubo momentos que deseé poder tenerte, digamos, como más a mano. Poder, por ejemplo, leerte y consultarte a través de un blog o de un celular. ¡Algo así... qué se yo! Qué raro que no se te haya ocurrido... ¿Por qué no? ¿Te imaginas? Tener tus instrucciones express y hacerte comentarios pidiéndote orientación o ayuda precisa e inmediata. ¡Ahhh, hubiera sido una gran cosa en ciertas circunstancias de duda, de pereza o de mucha ocupación! Pero, bueno, de todos modos te has cuidado de darte a entender por otros medios -la verdad, te encuentro en todas partes- y siempre has logrado que me sienta protegida cuando te busco y cuando no te busco también. Claro que a veces te pones inexplicablemente misterioso y se te da por ponerme a trabajar horas extras, obligándome a esfuerzos que me llevan hasta las lágrimas, que al final evolucionan desde la desesperación hasta la razón y el alivio… Cosas tuyas que luego -siempre es así- dejan ganancia... Gracias por enseñarme a pescar y por ser y estar ahí, mi querido Niño Dios.

Feliz año para Ti y, por favor, haz llegar este deseo a Ceci, a Víctor, a Marujita, a Clarita, a Oswaldo, a los Jorges, a Benigno, a la Canita y al resto del familión que ahora está por allá contigo. Recuérdales que los recordamos, los sentimos y queremos.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

8. En camino

La prisa cuela el aire entre mi ropa y camino vestida de tu aliento Mi boca buscando calles repite tu nombre Mis ojos heridos por el neón reclaman tu mirada Mis manos contando monedas acarician tu pecho Mis pies apurando semáforos encuentran tus pasos Mi sombra, panambi vera, levita hacia tu alma y mi cara al viento es el epígrafe de tu alegría

19. Las luciérnagas...

Muy pequeñita, desde la ventana de casa vi alguna vez diminutas lucecitas yendo de un lado a otro en el jardín. Luego supe por los textos escolares que aquellos punticos luminosos eran emitidos por las luciérnagas. Sin embargo, debo decir que nunca entendí ni averigüé en detalle sobre aquel extraño proceso de origen animal. Posteriormente, mi primer encuentro cercano -debido a un tercer tipo...- con la luz de las luciérnagas fue metafórico. Estaba en la universidad y vivía en una residencia para estudiantes donde la dueña literalmente moría por su impenitente y malhadado amor, a quién ella a pesar de todo se empeñaba en llamar "Mi solecito". Un buen día, o mejor una mala noche, a "Mi solecito" se le pasaron las copas, las horas y las manos... y al desayuno de la mañana siguiente la mirada de nuestra querida casera era oscura por dentro, de frente y de perfil... No obstante, como siempre, doña Sarita llamó: "¡Solecito, tu desayuno está servido!". Fue entonc

35. Destino París... ¡Glamour a trocha y mocha...!

Esta es una historia verídica, propia del irrepetible realismo mágico venezolano. Le sucedió a una amiga de años; excelente empresaria, editora, vecina de cuando nuestros críos apenas iniciaban el colegio, a quien llamaré Hortencia (igual tiene nombre de flor). A su regreso de la Ciudad Luz, satisfecha por el placer vivido y el deber cumplido me llamó para contarme, entre otras cosas, la aventura que significó el hacer realidad el viaje que le obsequiara una institución francesa interesada en que su revista cubriera para Venezuela un glamouroso evento internacional en pleno París, incluídos hotel cinco estrellas, intérprete y demás exquisiteces propias de la ocasión. Llegado el día, Hortencia, previsiva, responsable y fina como nadie, se aperó con sus mejores galas, afinó todos sus equipos audiovisuales con tecnología de punta, llenó una gran maleta con la última edición de sus publicaciones y algo de ropa (de allá vendría la que faltaba), contrató el taxi que la bajaría al aeropuerto