Gracias por tu mano, por tu generosidad. Gracias por este año que se va y que me permitió encontrarte permanentemente y crecer un poco más; gracias por permitirme la claridad, la esperanza, el ingenio y la fortaleza para seguir en la ruta de mi misma y de quienes me necesitan; gracias por mis dos hijos, porque te tienen, porque los veo crecer y porque todos los días se encuentran mejor a sí mismos; gracias por haberme mostrado otras facetas de la mujer y del amor; gracias por mis logros profesionales y personales; gracias por regalarme otro segundo domingo de mayo, otro 26 de julio, otras muchas fechas especiales y hoy...
No te niego que hubo momentos que deseé poder tenerte, digamos, como más a mano. Poder, por ejemplo, leerte y consultarte a través de un blog o de un celular. ¡Algo así... qué se yo! Qué raro que no se te haya ocurrido... ¿Por qué no? ¿Te imaginas? Tener tus instrucciones express y hacerte comentarios pidiéndote orientación o ayuda precisa e inmediata. ¡Ahhh, hubiera sido una gran cosa en ciertas circunstancias de duda, de pereza o de mucha ocupación! Pero, bueno, de todos modos te has cuidado de darte a entender por otros medios -la verdad, te encuentro en todas partes- y siempre has logrado que me sienta protegida cuando te busco y cuando no te busco también. Claro que a veces te pones inexplicablemente misterioso y se te da por ponerme a trabajar horas extras, obligándome a esfuerzos que me llevan hasta las lágrimas, que al final evolucionan desde la desesperación hasta la razón y el alivio… Cosas tuyas que luego -siempre es así- dejan ganancia... Gracias por enseñarme a pescar y por ser y estar ahí, mi querido Niño Dios.
Feliz año para Ti y, por favor, haz llegar este deseo a Ceci, a Víctor, a Marujita, a Clarita, a Oswaldo, a los Jorges, a Benigno, a la Canita y al resto del familión que ahora está por allá contigo. Recuérdales que los recordamos, los sentimos y queremos.
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