Ir al contenido principal

16. ¡Alegría con coco y anís!



Barranquilla es una ciudad colombiana de calles anchas, de andenes limpios y amplios bordeados de grama delicada, arbustos florecidos y árboles donde el sol derrocha clorofila todo el año; la han llamado desde siempre "Curramba la bella".

Mamá decía que a mediodía en esos andenes se puede freír un huevo en un segundo. Debe ser por eso que la hora más esperada se sitúa entre las cuatro y las cinco de la tarde, cuando la mayoría de los barranquilleros empiezan a salir al porche, a la tienda, a la diligencia, a los parques, rescatando de la soporosa canícula el espíritu de esa bullanguera cepa tropical. Una "bola de trapo" llega veloz de no se dónde hasta la portería misma de... tu nariz y un ingenioso piropo te convierte en sonrisa la molestia. ¡Cuánto placer me trae recordar ese ambiente de frescura que se vive al bajar el sol en las tardes curramberas! Es realmente delicioso ver cómo aparecen una a una las señoras, manguera en mano, regando sus jardines, mientras los jazmines aroman agradecidos y la brisa se encarga de llevar su perfume por cuadras y cuadras.

Fue una de esas tardes, yo tenía cinco años, cuando vi por primera vez la estampa mágica que aún logra encresparme el ala y aguarme la boca... Venía cantando "¡Alegría... alegría con coco y anís!". De ébano brillante y húmedo la piel, vestida de ancho limpio y oloroso, se mecía con gracilidad de flor de caña al viento, brazos pendulantes y paso corto, suave, seguro, como un presagio de cumbia al ritmo de tambores ancestrales... Todo el conjunto rematado sobre su erguida cabeza por la palangana de aluminio repleta de máxima dulzura, equilibrada sobre un turbante generalmente blanco y enrollado en aro para amortiguar el peso.

Era una descendiente de la negritud primigenia de nuestro continente, traída desde el África a la costa caribeña colombiana por la cruz y la armadura, o por la cruz en la armadura, unidas por el mismo propósito... Heredera de la tenacidad y la altivez de sus ancestros salvados de la esclavitud, los pocos que quedaron después de construir las murallas de Cartagena de Indias, por un valiente que supo capotear y vencer en aquella época la carga del mismo gentilicio y de la misma profesión de fe de quienes inexplicablemente la consentían... Pedro Claver, un sacerdote a quien su gesta libertaria le ganó el título de Apóstol o Esclavo de los Negros, reivindicado luego con la santidad por parte de quienes otrora miraron de lado sus luchas. (Sin miedo a equivocarnos, el también reverendo Martin Luther King tuvo que tenerlo muy presente tres siglos después, al asumir la misma causa).

Pero volvamos a aquellas tardes frescas de "la arenosa" Barranquilla, cuando el canto primero y luego la cimbreante y rítmica figura me regalaron esta evocación de la palenquerita de las Alegrías; ese momento de mágica realidad colorida que me toca con la misma intensidad el espíritu y las glándulas salivales cada vez que me invade su recuerdo... "Alegríaaaa, alegría con coco y anís..."

Y cómo no reaccionar de esa manera si lo que nos traía siempre aquella brillante mujer de ébano eran unas irrepetibles bolitas compuestas de maíz pira o millo, cotufas o palomitas mínimas, mezcladas con pedacitos de coco confitado y amalgamadas con una espesa miel de caña, panela o papelón, perfumada con anís dulce... Definitivamente, sólo saboreándolas una tarde ventosa y fresca de aquellas luego de la larga (por ansiada) espera en el porche, podría entenderse por qué las llamaron "Alegrías"... Sí, alegría para el alma y para el paladar... Verdadera delicia cargada de leyendas, vivencia y sobrevivencia, gracia y fragancia, sabor y música, que todavía se tienen a la mano en esa ciudad amplia y hermosa como su gente...

"Alegríaaaa... Alegría con coco y anís... casera cómpreme a mí, que vengo del barrio Getzemaní... Alegríaaaa..."

Comentarios

Barranquichat dijo…
Espectacular este post, Sra. Cecilia lo podria montar en www.barranquichat.com, obviamente dandoile los creditos y haciendo un link hacia este blog.

Saludos,


lucho

Entradas más populares de este blog

8. En camino

La prisa cuela el aire entre mi ropa y camino vestida de tu aliento Mi boca buscando calles repite tu nombre Mis ojos heridos por el neón reclaman tu mirada Mis manos contando monedas acarician tu pecho Mis pies apurando semáforos encuentran tus pasos Mi sombra, panambi vera, levita hacia tu alma y mi cara al viento es el epígrafe de tu alegría

19. Las luciérnagas...

Muy pequeñita, desde la ventana de casa vi alguna vez diminutas lucecitas yendo de un lado a otro en el jardín. Luego supe por los textos escolares que aquellos punticos luminosos eran emitidos por las luciérnagas. Sin embargo, debo decir que nunca entendí ni averigüé en detalle sobre aquel extraño proceso de origen animal. Posteriormente, mi primer encuentro cercano -debido a un tercer tipo...- con la luz de las luciérnagas fue metafórico. Estaba en la universidad y vivía en una residencia para estudiantes donde la dueña literalmente moría por su impenitente y malhadado amor, a quién ella a pesar de todo se empeñaba en llamar "Mi solecito". Un buen día, o mejor una mala noche, a "Mi solecito" se le pasaron las copas, las horas y las manos... y al desayuno de la mañana siguiente la mirada de nuestra querida casera era oscura por dentro, de frente y de perfil... No obstante, como siempre, doña Sarita llamó: "¡Solecito, tu desayuno está servido!". Fue entonc

35. Destino París... ¡Glamour a trocha y mocha...!

Esta es una historia verídica, propia del irrepetible realismo mágico venezolano. Le sucedió a una amiga de años; excelente empresaria, editora, vecina de cuando nuestros críos apenas iniciaban el colegio, a quien llamaré Hortencia (igual tiene nombre de flor). A su regreso de la Ciudad Luz, satisfecha por el placer vivido y el deber cumplido me llamó para contarme, entre otras cosas, la aventura que significó el hacer realidad el viaje que le obsequiara una institución francesa interesada en que su revista cubriera para Venezuela un glamouroso evento internacional en pleno París, incluídos hotel cinco estrellas, intérprete y demás exquisiteces propias de la ocasión. Llegado el día, Hortencia, previsiva, responsable y fina como nadie, se aperó con sus mejores galas, afinó todos sus equipos audiovisuales con tecnología de punta, llenó una gran maleta con la última edición de sus publicaciones y algo de ropa (de allá vendría la que faltaba), contrató el taxi que la bajaría al aeropuerto