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30. Mascotas... (Parte I)


Ya son varios los amigos de casa que no sólo me han pedido la foto, sino que desean que escriba aquí algo referente a esa pequeña tromba de cariño, llamada "La Beba" (en ausencia), y casi siempre "Preciosa", "Bebé", "Cosita" y otras "debilidades" (en presencia)... ¿No es verdad, aludidos? (O es que creen que no los he escuchado...) Bueno, ahí se las dejo y voy desde el comienzo...

Normalmente, cuando deseamos tener una mascota la elegimos sopesando muchos aspectos: que si perro o gato, que si grande o chico, que si negro, marrón, pintado o blanco, que si de tal raza, que si cuánto costará, que si el espacio, que si la disposición del tiempo... Lo cierto es que en la mayoría de los casos, muy secretamente, deseamos que tenga el mayor parecido posible con la mascota anterior, que nos dejó el vacío cuando se marchó, ya que nuestra disposición y entorno pasaron la prueba tanto en lo que se refiere a ella como a nosotros.

Un hamster vivaz y tremendamente afectuoso nos acompañó por poco tiempo. Esto, como siempre, es relativo cuando te encariñas; aún está con nosotros. "Tontín", que así lo llamaron mis hijos, había venido desde un almacén especializado a llenar el espacio de "Rabito", un conejito blanco que se cruzó en nuestras vidas en una esquina de Barranquilla, Colombia, ofrecido por su enjaulador bajo el concepto de posible plato de dominguero quizás, y no sólo se enseñoreó de nuesta casa y nuestro corazón, sino que hizo el viaje de regreso a Venezuela, mirando el paisaje por la ventana del carro y comiendo la yerbita que brota al borde de la Troncal del Caribe, cuando hacíamos un alto en el camino para almorzar. Un buen copiloto de ruta y vida fue "Rabito"...

Un día, que siempre llega, "Rabito" primero y "Tontín" después, se marcharon...

Tamara, la médico que atendió los últimos días de "Tontín", más que la profesional excelente de nuestra mascota, se convirtió en nuestra amiga y compartía la sensación que nos había dejado la partida de nuestro compañerito. Una tarde, entre otras cosas, me comentó sobre una perrita callejera embarazada que había sido recogida por su papá y había tenido seis cachorros preciosos.

¡Me encantan los animales! He tenido sapos, culebras, tortugas, curíes, conejos, caballos, gatos, perros... "¿Puedo verlos?", le pregunté. "¡Claro! -me dijo- son preciosos". No nos dijimos más; las dos sabíamos... Le pedí a Víctor, mi hijo, que me acompañara. Esther, mi hija, es más esquemática y difícilmente se contradice. No hubiera ido; nos habíamos dicho lo que siempre se dice en estos casos... "No más dolores de este tipo... No más mascotas".

Llegamos a la veterinaria. ¡Nunca nos hubiéramos imaginado lo que estaba por ocurrir en nuestras vidas!

(Sigue...)

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